miércoles, 24 de julio de 2013

"LO QUE QUIERO AHORA"

Excepcional e intenso artículo de Ángeles Caso , en donde reflexiona sobre la grandeza y la miseria de la vida.





Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas

 Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un

 hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he 

conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi 

existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar 

a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha 

pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que

 tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va 

esto llamado vida

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el 

dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles 

y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio 

ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran

a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie 

derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. 

Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un 

cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que

 padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se 

desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos 

indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan 

una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A 

los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que 

creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de 

mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de 

cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro 

lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso 

del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y 

dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto 

todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la

 alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente 

de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No 

estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no 

quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo 

que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que

 valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.